Sanatana Dharma – El Hinduismo

Sanatana Dharma - El Hinduismo

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Sanatana Dharma

Los cuatro “purushartas” o propositos de la vida

Los cuatro fines u objetivos de la vida humana según el hinduismo son dharma, la acción armoniosa y noble; artha, la abundancia
material; kama, la satisfacción de los sentidos, y moksha, la liberación o el estado de plenitud espiritual. La tradición hindú
considera que el ser humano aspira de manera innata a estos cuatro objetivos, ya que le aportan plenitud y dicha, y esa felicidad es lo
que todo ser anhela profundamente en su existencia.

El primer objetivo de la vida es el dharma, y es la base de los otros tres. Tal como dice el Mahabharata, aquello que no perjudica a
ninguna criatura es verdaderamente el dharma, ya que el dharma fue creado para mantener la creación libre de todo mal. Pero
podemos preguntarnos: ¿cómo se expresa el dharma en la vida del ser humano? Los textos antiguos exponen que hay un dharma
general o universal, denominado samanya dharma, y un dharma específico o particular, denominado vishesha dharma.

El samanya dharma es el mismo para todos los miembros de la sociedad y, según Manu, consta de las diez virtudes o cualidades siguientes: la
perseverancia, la paciencia o el perdón, el autocontrol, el abstenerse de robar, la pureza y pulcritud tanto internas como externas, el
control de los sentidos, el discernimiento o el anhelo de aprender, el conocimiento espiritual, la veracidad y la ausencia de enfado.
Manu las resume en cinco virtudes fundamentales: no dañar, veracidad, no apropiarse de los bienes de los demás, pureza o pulcritud
externas e internas, y control de los sentidos. Estas cualidades son universales y han de ser observadas por todo el mundo. Este es el
sumario, el dharma esencial de los cuatro varnas o castas.

Tal como escribe Alvaro Enterría:
“ A diferencia de la concepción moderna, en la que se hace hincapié en los derechos y se considera que todo el mundo tiene
derecho a todo, la India clásica da preeminencia a los deberes y sostiene el principio de adhikara, la cualificación necesaria
que lo hace a uno digno de recibir algo. Para obtener un derecho o privilegio, hay que demostrar primero que uno es digno de
él, que es un «recipiente» adecuado.”[1]

En síntesis, el ser humano tiene unos deberes hacia sí mismo y hacia la sociedad que lo rodea y sustenta. Según la cosmovisión
hindú, el hecho de estar vivo en un cuerpo humano no se considera mérito suficiente: hay que vivir en la virtud y la nobleza de
carácter para participar de los beneficios de la sociedad. Seguir estas normas del dharma en el transcurso de los diferentes estadios
de la vida daría como fruto una sociedad que, anclada en estos valores, permitiría expresar plenamente las potencialidades de cada
ser humano. Los vishesha dharmas son los dharmas o deberes específicos, como es el caso del varnashrama dharma, el dharma
según el varna, la casta y el estadio de la vida; el raja dharma, el dharma de los reyes y gobernantes; el kula dharma, el dharma de la
propia familia; el stri dharma, el dharma de la mujer; el svadharma, el propio dharma. Los textos antiguos insisten en que para
interpretar adecuadamente el dharma hay que considerar en todo momento la crucial importancia de desha y kala, el lugar y el
tiempo. Así, las normas del dharma se han de interpretar siempre según la época o el momento, el lugar, las condiciones de la
sociedad, es decir, en un contexto total.

El segundo purushartha u objetivo de la vida es artha, la prosperidad y la abundancia que todo ser humano desea. El ser humano
requiere artha porque necesita unos medios para vivir y expresar su potencial en la sociedad. Sin cierta riqueza, la vida en el ámbito
social no es posible. Los progenitores han de procurar la prosperidad a los suyos, y de manera similar los reyes o gobernantes
necesitan artha o riqueza para proteger el reino y poder gobernar.
El tercer purushartha es kama, la satisfacción de los de- seos de los sentidos. El mundo entero se mueve por el deseo, ya que toda
acción se apoya en el deseo. Manu lo expresa así: «Ni una sola acción es realizada por un hombre libre de deseo; ya que todo lo que el
hombre hace [es resultado] del impulso del deseo.»[2] Kama, entendido como deseo sexual, al cual la palabra hace referencia,
siempre que se desarrolle en armonía con el dharma, es de vital importancia como fuerza primordial y generadora. El profesor
Arvind Sharma compara esta cosmovisión, que abraza la totalidad de la vida, con algunas de las ideologías modernas:
“La crítica hindú más importante a la psicología freudiana radicaría en el hecho de que esta reduce equivocadamente la
totalidad de la vida solo a kama; (y de manera similar argumentaría) que el marxismo intenta reducir la totalidad de la vida a
artha. El esquema hindú evita todos los problemas que surgen de tal reduccionismo.”[3]

Los sabios hindúes dicen que artha y kama han de estar constantemente guiados y gobernados por el dharma. Siguiendo su dharma,
una persona puede vivir una vida noble y disfrutar a la vez de artha, abundancia material, y de kama, el placer de los sentidos.
El cuarto purusharta es moksha, la liberación o el fin de toda limitación, la trascendencia de la condición humana, la unión con la
divinidad o el reconocimiento de la divinidad en todo. Este es el objetivo más elevado, el de- nominado parama purusharta, el
objetivo supremo, que corresponde a la aspiración del individuo a la trascendencia.

Una persona que ha logrado plenamente este objetivo es un jivanmukta o liberado en vida: en el mundo tradicional es alguien altamente respetado, cuya guía y compañía se
consideran una gran bendición. Moksha, la liberación, es la consumación de todo lo que es noble en la vida:
«De todas las acciones, como los sacrificios, los rituales, las disciplinas, la no violencia, la caridad, el estudio de los Vedas, el
dharma más elevado es el conocimiento del propio ser por medio del yoga.»[4]

[1] Alvaro Enterría, La India por dentro, José J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 2006, p. 146.
[2] Manu Dharma Shastra, II-4.
[3] Arvind Sharma, Enciclopedia of hinduism, edición de D. Cush, C. Robinson y M. York, Routledge, Nueva York, 2008, p. 646.
[4] Yajñavalkya Smriti, 1-8.

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